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Este pabellón de piedra natural pretende ser un elemento más en el recorrido de las acequias, un punto de encuentro y descanso que se caracteriza por su relación con el entorno. Es un elemento singular, cerrado, que destaca en el entorno sin competir con él gracias a su materialidad.
El interior se compone a través de una serie de volúmenes y patios que generan llenos y vacíos, a modo de espacios excavados en el gran zócalo de piedra, cerrados al exterior. En ellos, el visitante se comprime para posteriormente expandirse, gracias a la sección y los efectos de luz natural, que multiplican la percepción de la textura y materialidad.
Debido a su naturaleza, se trata de un lugar fresco y agradable, que combina zonas de sol con otras en penumbra. Con este tratamiento consciente del espacio, luz y materia, se produce la simbiosis entre estos componentes, generando la sensación de introducirse en la misma piedra.
Al igual que las acequias, el pabellón cobra vida en época de riego, se llena de agua y movimiento. Esto, junto a los efectos cambiantes de luces y sombras originados por el curso del sol, activa la arquitectura y la transforma en un elemento vivo.